El despertar de la Señorita Prim









En San Ireneo de Arnois todo el mundo comentó la llegada de la señorita Prim. La tarde en que la
vieron cruzar el pueblo era tan solo una postulante camino de una entrevista, pero los habitantes del lugar se conocían lo suficiente como para saber que una vacante allí era un bien efímero. Muchos de ellos todavía recordaban lo ocurrido años atrás con la maestra de la escuela infantil. Hasta ocho candidatas acudieron entonces, pero solamente a tres de ellas les fue permitido exponer sus talentos. Ello no revelaba desinterés por la educación —en San Ireneo de Arnois el nivel educativo era exquisito—, sino el convencimiento de sus habitantes de que no por mucho escoger hay más posibilidades de acertar. La propietaria de la papelería, una mujer capaz de destinar toda una tarde a decorar un simple pliego de papel, no dudó en calificar de extravagancia la posibilidad de dedicar más de una mañana a la selección de una maestra. Todos se mostraron de acuerdo. En aquella comunidad eran las familias, cada una en función de su perfil, su ambición y sus posibilidades, las encargadas de formar intelectualmente a sus hijos. La escuela era vista como un elemento subsidiario —indeseable, pero necesario— en el que se apoyaban buena parte de los padres de familia. Buena parte, pero no todos. Así que, ¿por qué dedicarle tanto tiempo?

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